Publicada el 29 Ee octubre Ee 2022 a las 8:30 |
Los propios pasos
Daniel Mocher
La Isla de Sistolá, 2022
96 páginas
Pensar en todos
Decir los propios pasos no es un hipérbaton, sino una acción premeditada. El aforista hace malabares con las palabras. Las convoca, las baraja y finalmente las ordena para conseguir alcanzarnos y herirnos. Para satisfacer nuestra sed de hallazgos valiosos. Acertar en el centro de nuestros pesares y motivaciones es labor de francotirador. Los propios pasos no es un hipérbaton, porque entonces los pasos serían únicamente los de Daniel Mocher. Pero el autor renuncia a hablarnos en exclusiva de su mundo propio para centrarse en aquellas verdades universales que configuran su propia geografía interior. Al fin y al cabo, «la mayoría de las cualidades propias son prestadas» y «la mejor manera de pensar por uno mismo es pensar en todos». Nos entrega, de esta suerte, descubrimientos que pasarán a formar parte de nuestro propio catálogo de verdades posibles, pues «la vida interior es un bien de interés público». Estas no nos llegarán nunca como sentencias o máximas. Como en todo aforismo que se precie resultarán sugeridas, estimuladas, a la vez que terminantes. Distinguimos así su labor de aforista consumado. De quien al toparse con una vivencia esclarecedora la centra en la mirilla y la abate con lirismo para brindársela a los demás. De este modo, sus propios pasos serán ya para siempre nuestra particular ruta en el mapa de una gnoseología superior. Razón por la cual cuando leamos algunos de estos aforismos sentiremos que nos introducimos en un mar del que «solo se puede salir renaciendo». O en un cielo, añadimos. Porque, como nos recuerda Chesterton, el poeta ―y Mocher lo es en este libro― aspira a meter su cabeza en el cielo, y esto lo convierte en el hombre más sano, en contraposición con el razonador, que enloquece al intentar meterse el cielo en la cabeza. No en vano, «el amor es razón suficiente para no creer solo en la razón», y «el buen aforismo tiene algo de masaje cerebral y algo de electrochoque». Los que provocan las olas del mar o las nubes del cielo en las que nuestro autor nos introduce, y de las que salimos dichosos, pues al leer esta colección de aforismos el corazón se estremece, la conciencia se ensancha y el espíritu se reconcilia con los mejores deseos de experimentarnos hondamente humanos.
El libro consta de seis partes de cincuenta aforismos cada una. Cada sección principia con un aforismo que incluye su título, y el último aforismo de la obra acaba como se titula esta. (O quizá en ambos casos sea a la inversa). Sea como fuere, estas circunstancias nos sugieren que nada se ha dejado al azar en este volumen, excepto los azares que procura la existencia, de donde nace la profundidad de la mirada que aquí se despliega, pues «la fórmula exacta de la felicidad se encuentra muy cerca de ese instante en que dejamos de buscar fórmulas exactas».
Entre el lirismo, las proyecciones morales, la crítica social, las certezas del espíritu y hasta la metaliteratura oscilan sus motivos. Si bien, primeramente, su virtud ―ya se ha comentado― es poética, confirmando, como nos recuerda Lorenzo Oliván, que los mejores aforismos podrían verse como relámpagos que iluminan lo oculto. Carlos Marzal sostiene, asimismo, que poeta y aforista comparten idéntico apego por la intensidad del lenguaje. Nada más en consonancia con nuestro caso.
A propósito de los asuntos, hallamos vasos comunicantes entre aforismos. De esta forma, los de sesgo poético se convierten en insinuaciones morales, como al leer que «sigue siendo un niño quien sabe que la nieve puede dejar huellas en sus pasos». O los de trasfondo moral en disparos líricos. De esta suerte, por ejemplo, «cuando crees que algo falta, sobran muchas cosas». También la humorada en greguería, en la que las relaciones jocosas y metafóricas prenden hogueras inesperadas, como le gustaba a Ramón Gómez de la Serna, a cuya manera encontramos textos que nos roban una sonrisa a la vez que nos conmueven por cuanto desvelan. Así, leemos que «los niños van por la vida con libertad de cátedra» o «los ejercicios de humildad son los más cardiosaludables». Al final, los motivos se solapan, complementan o repiten desde diversas perspectivas, compartiendo muchas veces los mismos aposentos argumentales. Abundan, de este modo, las alusiones a la alteridad, pues «si pasas imperturbable por el prójimo es que no has pasado». A la conciencia de fragilidad y la sencillez, ya que «somos mucho más completos porque la vida nos rompe» y «qué inútiles nos volvemos cuando solo podemos darle importancia a las cosas útiles». Al valor del instante y la implicación personal, pues «el infinito es un instante vivido en su máxima plenitud». Al corazón que se alegra dado que «la alegría, por pequeña que sea, termina inclinando la balanza a su favor». Al silencio consciente y la vivencia liberadora ―explícitamente cristiana en ocasiones―, porque «algo nos susurra Dios cuando sentimos el eco del silencio» aunque «cuando los pájaros cantan Dios es uno y, más que nunca, trino». A la importancia de la apertura y la tolerancia, ya que «cerrarse a lo extraño es el mayor desprecio que se puede tener con uno mismo». A la búsqueda de la luz, sin olvidar que esta es «la flor de las ramas desnudas». Al llamamiento a hacer camino y a tener presente que «también hay que hacer un camino en la pausa». Y a un cuantioso rosario de otros muchos temas emanados del compromiso con las verdades sustanciales que nos permiten albergar esperanza y mantenernos vivos. Por descontado, coronándolos hallaremos algunos específicos de la briega con los pormenores de la bondad y la belleza, y se nos advierte de que «en los tiempos que corren, la bondad es el harakiri más hermoso» y, ay, «cuánto nos está aventajando en humanidad La Piedad de Miguel Ángel». Tampoco se rehúye el sentido crítico y el aforismo se convierte en agente desinfectante. La corrupción política, la vanidad, la soberbia, la pandemia y sus demonios, y hasta la guerra son algunas de las sendas que se adentran en este horizonte. Por eso encontramos, por ilustrarlo de alguna manera, inteligentes metáforas a partir de conceptos de psicología, como cuando se alude al condicionamiento clásico para referirse a los políticos como aquellos «que ven una puerta giratoria y comienzan a salivar». O se nos habla de lecciones brindadas por la historia o de aberraciones de la actualidad, cuando leemos que «de la peste negra tampoco salieron mejores» y «hay quien piensa que la mejor forma de terminar con una pandemia es montando una guerra».
Celebramos haber encontrado un comensal literario tan lúcido y generoso. Alguien que nos obsequia con los tesoros que se va encontrando ―ya lo dijimos― para ayudarnos a calmar nuestra necesidad de juicios promisorios de esperanza. Y que para hacerlo rescate la mejor herencia de la tradición aforística. Si para Mocher «al escribir un aforismo, Ramón Eder vuelve», nosotros pensamos que en esta reunión comparecen tantos otros cultivadores notables del género hoy en día. Una pléyade de nombres que nos recuerdan que después de los Antonio Porchia, José Bergamín, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Julio Torri o al aludido Ramón Gómez de la Serna, entre otros muchos, el aforismo goza de una salud extraordinaria en nuestro idioma.
Enlace al texto en El Cuaderno: aquí
Publicada el 6 Ee junio Ee 2022 a las 19:40 |
El volumen «Intemperie» compila dos libros, «Solumbre» y «El vértigo y la serenidad». El título elegido para reunirlos es un correlato de intenciones existenciales y poéticas. También una forma de conjurar la destemplanza que conlleva. No en vano, la antítesis quizás sea el mejor recurso con que en este volumen se alimenta la elocuencia. En el primer libro encontramos la reescritura del poemario homónimo en edición de 1993. En el segundo, la agrupación de textos dispersos por revistas, blogs, antologías y plaquettes publicados a lo largo de veinte años de escritura.
«Solumbre» –nos confiesa el autor en la nota aclaratoria– es el libro que le hubiera gustado escribir. La reescritura desde la maestría que otorga el oficio. El título remite al sol y la sombra, que son en los poemas una realidad confirmada, una convivencia ineludible como enuncia el propio neologismo. También un regreso a lo esencial, liberando los versos de la anécdota y la acuñación hiperestésica, donde volver a reconocer «Luz y oscuridad, humeando, prendiendo un instante infinito».
En «El vértigo y la serenidad», hay de nuevo un testimonio de claroscuros que, pese a su escritura diacrónica, no impiden que, en conjunto, reflejen una unidad subyacente. Una perspectiva en la que prevalece el rescate de un fervor primigenio, que es también el rescate del amor familiar. De esta manera, si el poemario principia ofreciendo emociones desnudas emanadas del contacto con la naturaleza, y continúa deslizándose por los parajes de la recapitulación y la memoria, concluye exhibiendo la vibración que suponen los rostros que amamos y nos aman, en la hermosa sección con que se cierra, «De profundis amamus».
El volumen, además, se nos sirve en la elegante y hermosa edición de Sapere Aude que cuida hasta el más mínimo detalle, y hace honor a la calidez −y la calidad− con que nos susurran estos poemas entre tanta intemperie.
Hay libros certeros como una roca y persuasivos como una epifanía. Tan densos como transparentes, en su coherencia poética implosionan y, al hacerlo, esparcen esquirlas de significación tras cuya lectura ya no seremos iguales. «Intemperie» es uno de ellos.
Publicada el 15 Ee mayo Ee 2022 a las 6:05 |
Poe no ha muerto
Félix Molina
Deculturas, 2021
152 páginas
15 €
Uno quiere imaginarse al autor de esta novela, el sevillano Félix Molina, escribiendo en un sótano de la capital hispalense. Uno quiere pensar que este sótano se comunica, por una suerte de hechizo transoceánico, con un habitáculo al otro lado del Atlántico, donde brillan unas resmas de papel. Y que este brillo viaja y se convierte en la luz reverberante de la pantalla del dispositivo donde nuestro escritor trabaja. Porque, de algún modo, la atmósfera del sótano de una casa decimonónica de estilo victoriano en Baltimore se transfiere a algún inmueble andaluz de hoy en día, donde pergeña sus textos el autor de esta obra. Solo así podría explicarse el clima del relato que nos ocupa, masticado con los mismos dientes de la literatura de la que es tributo. Lo que me recuerda, indirectamente, que el proyecto surgió como un folletín por entregas para la revista Masticadores del audaz Juan Re Crivello, donde, de manera infatigable y constante, Félix Molina vertió a lo largo de cuarenta y siete entregas sus textos, y un buen guiso de ilustraciones de su autoría cuyos ejemplos más señalados pasaron a formar parte de este Poe no ha muerto.
En esta historia, un resucitado Edgar Allan Poe hace las veces de títere del ingeniero Alexander London, aglutinador de personalidades dipsómanas, como la del autor norteamericano y cuantos personajes pueblan las páginas del volumen. Lo que suceda con estos protagonistas nos lo desvela una trama en la que sobresalen la relación de Poe con la también exalcohólica Marie Rôget y, en menor medida, con el mayordomo Valdemar, tan extraño como el moribundo del cuento original del escritor de Massachusetts. Un tejido de relaciones que son una vía segura sobre la que habrán de circular los grandes asuntos de la obra, de ambientación gótica y trasunto detectivesco y romántico, cosidos con el hilo fino de la sensibilidad y la necesidad de redención humanas. Porque si algo nos entrega sus escenas es el periplo de nuestras propias luchas frente a las opresiones de la existencia. Así, el alcoholismo de los pobladores del volumen y la tiranía de London se combaten construyendo un dique contra cualquier forma de control malsano ejercido sobre nuestra vida, ya sea este autoinfligido o ajeno, izando el estandarte del amor como salvoconducto para liberarnos. Una liberación personal que es fulcro de la liberación colectiva, pues en esta historia son muchos los indirectamente rescatados del vil tejido de servidumbres desplegado por el ingeniero antagonista. Asimismo, esta historia está salpicada por una serie de relatos intercalados que atestiguan el modo en el que Poe se subyuga a su falso protector, con quien acuerda la prolongación forzosa de su labor escritural, proporcionando al ingeniero, de esta manera, una flamante ristra de textos. Este planteamiento permite a Molina ofrecer un segundo libro dentro del primero, e impregnar la obra con una atmósfera en la que es posible hallar no pocos de los elementos de terror psicológico, sucesos extraordinarios y sobrenaturales, ambientaciones extravagantes y escritura analítica que pueblan la obra del escritor estadounidense. Una serie de nuevos cuentos que el Poe redivivo de nuestra historia escribe para el delirante London y que suponen un ejercicio de recreación del autor de las Narraciones extraordinarias. Así, en el periodístico formato de columna con que en vida el mismo Poe publicara sus historias para la prensa de la época, se recogen aquí una serie de textos con algunas de las señas distintivas más características del autor de Boston. Además de las claves literarias mencionadas, otros aspectos familiares en la escritura de Poe se hacen reconocibles y contribuyen a aumentar la eficacia narrativa y el alcance de la historia como ejercicio de homenaje. Así, gatos, máscaras, letras iniciales, asesinatos, retratos, ambientes envolventes, finales enigmáticos, terroríficos… convierten este libro en un tributo, como venimos diciendo, que nos retrotraerá sin ambages al universo de Edgar Allan Poe.
Todo ello se nos sirve en un lenguaje rico y metafórico que Félix, criado literariamente en los abrevaderos de la poesía ―no en vano el sevillano es autor del poemario Los malditos poetas y de la singular serie Contemas, donde se desempeña con una brillante narrativa en prosa poética―, despliega con atrevimiento y maestría, ofreciendo un fresco de lenguaje que los amantes de las palabras y la expresión pulida disfrutarán como si nadaran en el mar de un idioma tan bravo como embellecido, o ardieran en una hoguera de significantes y significados que crepita jubilosa en el cristal de los ojos lectores. La novela asimismo está precedida por un extraordinario prólogo del profesor y novelista para jóvenes y adultos Eliacer Cansino, que alfombra el acceso a una lectura ciertamente singular.
Escribía Narciso Ibáñez Serrador en su prefacio a las mencionadas Narraciones extraordinarias de Edgar Allan Poe, editadas en la histórica colección Biblioteca Básica Salvat de libros RTV, que «los hombres necesitamos el terror para asustarnos y sentirnos niños otra vez». Me atrevería a añadir, inspirándome en la Introducción sinfónica de Bécquer ―otro creador de historias atmosféricas de talento incomparable―, cuando argumenta a propósito de los hijos de la fantasía, que el miedo que subyace en los relatos de terror de nuestro volumen nos invita, antes que a cualquier espera de un caprichoso advenimiento del fiat lux, al descenso hasta las oscuras bodegas del alma para proyectar la misma luz sobre nuestras hechuras y emerger tras haber rescatado lo mejor de nuestra naturaleza. ¿Acaso no es esta inclinación a lo imprescindible lo que representa la infancia? Una actitud reivindicada en esta obra de Félix Molina para hacernos comprender que todo pavor es el reverso de un rescate ineludible.
Enlace al texto en El Cuaderno: aquí
Publicada el 2 Ee mayo Ee 2022 a las 5:35 |
Dos reseñas de Greenwich:
- 19/abr/2022 - RESEÑA EN ESTADO CRÍTICO. POR JUAN MANUEL PRIETO
- 20/abr/2022 - RESEÑA DE ADIANTE GALICIA. POR RAFAEL LEMA
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19/abr/2022 - RESEÑA EN ESTADO CRÍTICO. POR JUAN MANUEL PRIETO
Juan María Prieto ha escrito una verdadera pieza poética, profunda y vivida, que apuesta por las claves existenciales del volumen. Es un tópico ―y como todos los tópicos lo es porque funciona― que parte de la mejor escritura vienen a hacerla los buenos críticos.
Consigno aquí algunas de las frases que me han llamado especialmente la atención:
"En el libro, el paso de las horas se plantea como un horizonte necesario en que el verdadero desafío es la comprensión de la realidad, todo ello a través de la predisposición observante del sujeto poético."
"Pablo Luque utiliza como pretexto el huso horario para iniciar un recorrido cronométrico por su mapa vital, impulsándose a veces en lo anecdótico otras en lo trascendente de una existencia que pretende aprehender en el ejercicio de su voz".
"Luque Pinilla apunta a la conmoción como verdadera materialidad de ser humano, siente el dolor o la sublimación a través de los sentidos, una victoria frente a ese tiempo plano e irremediable que mueve el mundo. De tal modo, el yo lírico transita los minutos desde una austeridad y estado emocional que le permiten estar en condiciones de observar la esencia de las cosas".
"Hay una física indudable hacia la verdad de las cosas, una voluntad intrínseca en el sujeto lírico, desplegar ese mapa en que se conjugan la palabra y el tiempo".
"Si hay un triunfo en este periplo geofísico y estético es el descubrimiento de una vivencia terrenal desde el tiempo y para el tiempo, más allá de la herida o de los límites de la materialidad."
¡Muchísimas gracias Juan María Prieto!
Accede aquí >> http://www.criticoestado.es/cartografia-emocional/
También aquí transcrito a continuación:
Cartografía emocional
Por Juan Manuel Prieto
Existe un lenguaje incógnito en los mapas, el grito cardinal de un ser en mitad de una urbe, meridianos que nos sitúan en un mundo con frecuencia hostil, un punto del globo terráqueo donde nos estremece el sol con la caricia o el abandono preciso de cada día. En este silencioso movimiento el ser humano es un agente minúsculo en la existencia, aunque se atreve a gestar una lucha íntima contra el tiempo. Solo el yo lírico es capaz de detener el mundo, más allá de su consustancial rotación, porque la palabra se revela como una coordenada de trascendencia similar a la del tiempo o el espacio.
Greenwich es la última obra de Pablo Luque Pinilla, publicada por Algaida Poesía, y merecedora del 44º Premio Literario Kutxa Ciudad de Irún. En el libro, el paso de las horas se plantea como un horizonte necesario en que el verdadero desafío es la comprensión de la realidad, todo ello a través de la predisposición observante del sujeto poético. Encontramos, efectivamente —como se adelanta en la introducción—, una pulsión poética casi ritual, donde los acontecimientos de la cotidianeidad se relacionan con las palabras en una relación necesaria y simétrica. En el despertar de la voz poética, «la luz reflejada» y, ya en sus primeros pasos, un anhelo de intelección que solo se materializa en la metáfora: «Hemos venido a buscar sentido al comenzar el día/ como la cierva del salmo busca las corrientes». Pablo Luque utiliza como pretexto el huso horario para iniciar un recorrido cronométrico por su mapa vital, impulsándose a veces en lo anecdótico otras en lo trascendente de una existencia que pretende aprehender en el ejercicio de su voz: «De él surge cuanto existe;/ el álgebra que admiras, su nítida estructura poblando tu silencio».
El sujeto poético acompasa su ritmo al del mundo a través del verso, desde el sonido del despertador, con la rutina laboral («8:30»;), en la contemplación de lo cotidiano («10:10» o en ese lenguaje tan natural como secreto que pronuncia el mundo, por ejemplo, la lluvia («11:55»;). En cada acontecimiento el poeta revela el dinamismo y la finitud de un tiempo que, a pesar de nuestra percepción, no es cómplice, ya que delata la finitud e incluso el vacío que nos suscita la existencia: «Y está la luz que descompone el agua, su prisma interpretando un pentagrama silencioso, su bóveda cediendo entre las horas».
Sin embargo, el sujeto poético, a pesar de esa aplastante cronología que lo condiciona, sabe caminar por las horas y es capaz de interpelar al mundo. Así, en el poema «14:50», se dirige a un «vosotros», para que abramos los ojos al sufrimiento: «Abrid el pecho y recibid/ cuanto desmiente lo caduco,/ la carne que conjura la intemperie, el argumento donde el Misterio se desborda». Luque Pinilla apunta a la conmoción como verdadera materialidad de ser humano, siento el dolor o la sublimación a través de los sentidos, una victoria frente a ese tiempo plano e irremediable que mueve el mundo. De tal modo, el yo lírico transita los minutos desde una austeridad y estado emocional que le permiten estar en condiciones de observar la esencia de las cosas: «Cuanto ha de arrebatarme es un árbol que plantaron en mi nombre. Con el tiempo he aprendido a distinguirlo. Se oculta en cualquier sitio y al encontrarlo explico todo el bosque».
Sea como fuere, en Greenwich el reconocimiento de nuestra efímera y frágil condición, no nos impide aproximarnos la Belleza: «Existo/ como existe un descampado en el recuerdo/ o existe una leve tristeza que rasgamos al atavesar la tarde»( «18:20»;). Hay una física indudable hacia la verdad de las cosas, una voluntad intrínseca en el sujeto lírico, desplegar ese mapa en que se conjugan la palabra y el tiempo: «Un solo mapa desplegado/ hasta llegar la noche,/ un único trayecto/ que a tientas reconoces.» («19:35»;).
Con la llegada de la noche, el miedo de la incomunicación, la incertidumbre ante la oscuridad y sus silencios («Vuelve del tedio y la aridez,/ de la reacción y la mentira,/ Desciende hasta su altura/ y escucharás tu nombre»;). En el libro, la noche trae consigo la necesidad del verso alejandrino en la cuenta atrás gestada por Luque Pinilla en los últimos poemas. Frente al horizonte donde el tiempo nos consume, la madrugada podría ser un nuevo comienzo. De hecho, Greenwich contiene una voz esperanzada a pesar de nuestra delicadeza: «Como los pájaros, que logran con su pico rehacer las alas,/ el hombre aspira cada madrugada a protagonizar un nuevo inicio./ Se siente preparado para el siguiente vuelo».
Si hay un triunfo es este periplo geofísico y estético es el descubrimiento de una vivencia terrenal desde el tiempo y para el tiempo, más allá de la herida o de los límites de la materialidad. Con ello el poeta confía en el poder universal de la palabra: «Cuanto es depende de una forma/que en nuestras manos guardan para seguir viviendo./ Existe/ como cifra de lo eterno» («23:05»;). La llegada de la medianoche, la comprensión del mundo. En Greenwich el tiempo y el espacio solo existen porque hay alguien que vive en ellos y los nombra.
Greenwich (Algaida, 2021) |Pablo Luque Pinilla | 72 páginas | 12 euros
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20/abr/2022 - RESEÑA DE ADIANTE GALICIA. POR RAFAEL LEMA
Rafael Lema ha hecho una reseña detallada y precisa, basada en la vivencia, la interiorización de la experiencia que proponen los versos y el análisis literario del libro. En la extensión de una crítica ha desentrañado las claves ―que lo son de todo libro― de manera excelente. A saber: el contexto, el tema, la estructura externa e interna y un broche final que para mí, en este caso, es una delicia. Con él os dejo. No puedo agradecérselo más:
«Importa el camino, la poesía, el saber que sigue siendo imprescindible y está presente en la cotidianidad, en los repentinos despertares de sed, en las secuencias que engendran nuestros sueños, en la leve certeza que rasgamos al atravesar la tarde y en el retorno, ese final e inicio, cuando el sol se pone, mas no muere, porque viaja de noche por caminos inextricables y retorna en alba prodigiosa de luz, de descubrimientos, de recuperaciones; porque al final (yendo hacia adelante y mirando arriba) vuelves al lago, al embalse donde nadas a menudo y rememoras al dormirte, "ignorando si fueron primero los ojos que recuerdan o la realidad que encuentra en ellos la carne que la nombre".»
Link en el árbol de enlaces de la bio.
¡Muchas gracias Rafael Lema!
Accede aquí >> https://www.adiantegalicia.es/cultura/2022/04/19/greenwich-el-meridiano-poetico-de-pablo-luque-pinilla.html
También aquí transcrito a continuación:
Greenwich, el meridiano poético de Pablo Luque Pinilla
Por Rafael Lema
Greenwich es un poemario de Pablo Luque Pinilla que ha editado Algaida, y con el que ganó el Premio Literario Kutxa Ciudad de Irún en 2021. Aquí felicito a este certamen que tanto lleva haciendo por la creación, la buena poesía, el descubrimiento de nuevas voces.
En Greenwich el autor hace el recorrido temporal de un solo día con partida y destino en el meridiano cero. 33 poemas componen el libro estructurado en los márgenes de los husos horarios y en la etapa vital de sincronías y diacronías entre el alba y el ocaso.
La evocación y reflexión existencial impregnan los versos, a veces diáfanos, otras de mayor flujo de conciencia personal y detalles biográficos-sensoriales, hasta que llega la calma de la noche y el retorno al abrigo. Con la importancia que entraña poder volver, haber hecho el camino, poseer un hogar, una casa, unos muebles, unas fotos reconocibles.
El caminante en el viaje poético dialoga con otras voces- Dante, Virgilio, Cormac McCarthy, Denise Levertov o los autores bíblicos-, que flanquean y acompañan bien esta completa vuelta a un mundo en un día.
Añade el poeta un código de explicaciones a modo de margen horario en la orilla de los poemas, al final, porque la escritura "es un destilado del bagaje de lecturas que acompañaron a su artífice" y ayudan a lidiar con las horas, el espacio, el mundo, en el afán de supervivencia diaria de la existencia humana. Y para eso nada mejor que la poesía, ese amarre a lo que vamos dejando, al poso de los días, los trabajos y las horas, a la memoria y a los sueños. Esa necesidad del poeta por hablarse y hablar al mundo, porque creamos también para los otros, para entregar nuestro fruto como la avispa se introduce en el higo y lo poliniza muriendo, la bíblica fruta que quizás fue el árbol prohibido del perdido edén.
Pero importa el camino, la poesía, el saber que sigue siendo imprescindible y está presente en la cotidianidad, en los repentinos despertares de sed, en las secuencias que engendran nuestros sueños, en la leve certeza que rasgamos al atravesar la tarde y en el retorno, ese final e inicio, cuando el sol se pone, mas no muere, porque viaja de noche por caminos inextricables y retorna en alba prodigiosa de luz, de descubrimientos, de recuperaciones; porque al final (yendo hacia adelante y mirando arriba) vuelves al lago, al embalse donde nadas a menudo y rememorar al dormirte, "ignorando si fueron primero los ojos que recuerdan o la realidad que encuentra en ellos la carne que la nombre".
Publicada el 29 Ee abril Ee 2022 a las 13:05 |
Reseñas de Greenwich en Revista Purgante:
- 23/mar/2022 - "UN VIVIR DE ALTURA EN LO MÁS BAJO"
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23/mar/2022 - "GREENWICH: UN VIVIR DE ALTURA EN LO MÁS BAJO"
Daniel Mocher ha hecho una reseña intertextual muy detenida. Sé por experiencia la cantidad de trabajo que requiere una recensión así. Añado, además, que son las que más me gustan y las que suelen resultar más certeras, porque suponen narrar la convivivencia con el libro, interiorizar y respirar su propuesta. En este caso, además, se ha dado con tantas claves y tan acertadas que no sé muy bien qué parte me gusta más. Es una tela de araña muy bien tejida sobre el contenido de "Greenwich" ( Algaida).
No creo merecer tanta dedicación, rotundamente lo digo, pero reconozco que las palabras así leídas casi no me parecen propias. Si el escritor las ha entendido necesarias, como yo las veía al escribirlas, yo lo acato. Quizás pueda deberse a que hablan de una verdad que nos es mía, que nos compete a todos. Por suerte, quien gana aquí es quien lee algo que está más allá del libro, que no le pertenece, y mucho menos a su autor. Y esto, por muy habitual que pudiera ser, no deja de conmoverme mucho. Siendo como soy un poeta muy apegado al lenguaje --porque sinceramente lo disfruto-- aprecio y valoro sus posibilidades como surtidor de belleza y sentido, y tengo claro que si este último no gobierna la obra hasta hacerla útil para los demás, nos afanamos en vano.
También aquí transcrito a continuación:
Un vivir de altura en lo más bajo
Por Daniel Mocher / marzo 23, 2022
Supongamos que en el centro del poeta se encuentra el meridiano de Greenwich, que todas las horas cobran sentido cuando son relacionadas con los latidos de un corazón atento. El huso horario es aquí un abanico de instantes desplegados que van más allá del tiempo, dándole un sentido más profundo al excederlo. Lo trascendente se manifiesta con vigor inusitado en los reveses cotidianos, en lo que se repite hasta la saciedad se esconde la oportunidad de vislumbrar «el decisivo momento en que todo acontece a través de lo efímero». Es necesario «el desafío de la escucha», el riesgo de entregarse a lo extraño y a los otros como quien busca comprenderse en lo desconocido, que es la parte del alma que tenemos más cerca del misterio: «y entiendes que cuanto amas signo es y no te pertenece».
Las grandes ciudades, al primer trato, son escenarios desabridos; nidos de incomunicación y soledades. Aquí nos sobrecogen sus circunvalaciones, los fúnebres edificios de oficinas, hay un ambiente viciado y denso que huele a gasolina, a oportunidades desperdiciadas, «y cunde un hábito de larva que nos gobierna en la rutina». Urge encontrar algo que nos abrigue, «advirtiendo los signos que purgan tus heridas para mostrarte el fecundo valor de la tristeza», y sabe bien Pablo Luque Pinilla que «La belleza se ofrece en los despojos para invitarnos a extender la mano» y que «somos la desnudez que fortalece nuestra espera acusando la fiebre de ser signo».
Greenwich (Algaida); Pablo Luque Pinilla
El poeta encuentra en todo una señal de lo infinito, una huella de Dios, algo indecible que nos impele a pronunciarlo para mejor decirnos, busca «una senda donde rastrear lo inaccesible y sopesar los signos que la memoria guarde y agradezca». Sus asideros son humildes, frágiles, tiemblan como una pequeña flor en medio de la tormenta y por eso son los más hermosos, los indestructibles: la fe, el amor hacia los suyos; su íntima, casi carnal, relación con las palabras, el pan ácimo de la cultura, la Gran Belleza, el ejercicio de la memoria y el lujo de la ensoñación. Adivinamos un compromiso ético, una forma de vida impregnada de humanismo cristiano, de búsqueda y espera agradecidas. Pese a que lo asedie «el estupor de los errores y su redoble sin sentido» el poeta existe «para desmentir la carne de la desmemoria y la razón del desaliento».
Este poemario, publicado por la editorial Algaida, que ganó los 44º Premios Literarios Kutxa Ciudad de Irún, es una obra madura, sólida, necesaria, escrita con una voz personal sentida, meditada y sincera, que trata los grandes temas de siempre con un tono esclarecido que no desdeña el léxico posmoderno. Es de agradecer que en las horas más oscuras haya quien sepa encontrar, y comparta, unos segundos siquiera que nos rediman y den sustento, un vivir de altura en lo más bajo, «como los pájaros, que logran con su pico rehacer las alas» sus versos precisos y elegantes nos invitan a aspirar «cada madrugada a protagonizar un nuevo inicio».
Reseña publicada aquí.
Publicada el 17 Ee febrero Ee 2022 a las 20:15 |
Dos reseñas de Greenwich:
- 17/feb/2022 - RESEÑA EN EL PERIÓDICO DE ARAGÓN. POR MIGUEL ÁNGEL ORDOVÁS.
- 1/feb/2022 - RESEÑA DE GREENWICH. POR CARLOS PEINADO ELIOT
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17/feb/2022 - RESEÑA EN EL PERIÓDICO DE ARAGÓN. POR MIGUEL ÁNGEL ORDOVÁS
Recientemente se ha publicado esta reseña de "Greenwich" por Miguel Ángel Ordovás en el Periódico de Aragón "El viaje de un día hecho poesía en cada hora".
Desde aquí quisiera agradecer el trabajo de Miguel Ángel Ordovás, que es ya la tercera vez que se encarga de uno de mis libros.
En esta ocasión habla de "una templanza más serena que estoica". ¡Doblemente gracias!
Dejo el enlace aquí y en la página de enlaces en la bio. En pantallazos la edición impresa.
También aquí transcrito a continuación:
Crítica de Greenwich. El viaje de un día hecho poesía en cada hora
Las imágenes encadenadas de Pablo Luque Pinilla convierten en poesía desde el más vulgar rincón del día a la evocación más escarpada
Miguel Ángel Ordovás
ZARAGOZA | 16·02·22 | 19:14
Pablo Luque Pinilla es el autor de 'Greenwich'. EL PERIÓDICO
Las conmemoraciones han hecho que estos días pasados se recuerde mucho el Ulises de Joyce, una novela en donde la cotidianeidad de un día cualquiera se convertía en un excelso poema épico de ecos homéricos merced a la fuerza potenciadora de un lenguaje literario de primer nivel. Salvando las evidentes distancias podría pensarse en algo similar con Greenwich, un poemario de Pablo Luque Pinilla que ha editado Algaida, y con el que ganó el Premio Literario Kutxa Ciudad de Irún en 2021.
Como en el Ulises, en Greenwich se hace el recorrido temporal de un solo día tomando como punto de partida, y también de destino, el meridiano cero en donde comienzan a contabilizarse las horas. En este caso, cada uno de los 33 poemas que componen el libro está asociado a un momento de ese reloj único y particular que es el del autor, que avanza a través de la mañana hacia la culminación del día, y regresa después de vuelta hacia la noche.
Ese viaje que Pablo Luque va desgranando en sus versos comienza al abrir los ojos por la mañana, descubriendo los infinitos detalles que a pesar de ser habituales sorprenden y se materializan. Pero esa revelación diaria del mundo un tanto guilleniana viene después acompañada por la evocación y un tono más reflexivo y en algunos momentos doliente, lleno en todo momento de una templanza más serena que estoica, que da paso luego a los poemas del retorno a casa, de la quietud de la noche en la que se encuentra una compañía y un lugar en que dormirse.
Y como en el Ulises, es el lenguaje que Pablo Luque tan bien sabe usar el que realza cada tramo de esta singladura, con sus imágenes encadenadas que convierten en poesía desde el más vulgar rincón del día a la evocación más escarpada. Los versos de pulida elaboración, además, entablan una sabrosa conversación con otras voces -Dante, Virgilio, pero también Cormac McCarthy o los autores bíblicos-, que flanquean y acompañan bien esta completa vuelta a un mundo en un día.
'GREENWICH'
Pablo Luque Pinilla
Algaida
72 páginas
Texto en la versión en papel y pdf:
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- 1/feb/2022 - RESEÑA DE GREENWICH. POR CARLOS PEINADO ELIOT
El profesor de escritura creativa de la Universidad de Sevilla Carlos Peinado Elliot me regala esta reseña privada que me permite compartir.
"Greenwich es un verdadero y auténtico Libro de Horas moderno. Se van tejiendo los salmos y otras referencias bíblicas con la vida prosaica, contemporánea de la ciudad de hoy (el gasóleo, el coche, la oficina). En lo pequeño y lo cotidiano (el gorrión en la acera) se va mostrando esta búsqueda de la trascendencia, para celebrar la "fiesta del instante". Cada imagen o momento del libro es "cifra de lo eterno", como se enuncia en 23:05. Esta poética se materializa en poemas donde el motivo religioso se hace médula actual de la creación literaria, como el pasaje de la Anunciación en 14:50, o esa espléndida recreación de la Pasión en 15:00. Hay también poemas conmovedores, como el del padre. La recreación de la vida familiar es igualmente muy hermosa.
Es destacable la potencia imaginadora que transforma o transubstancia la realidad, la capacidad engendradora de la imagen (rica, múltiple) que transfigura lo visible. De esta manera se encarna una poética esperanzada: "Existo para desmentir la carne de la desmemoria y la razón del desaliento, / para explicar que nada ha de saldarse en una sima de abandono". Y ciertamente, la palabra va recogiendo amorosamente cada detalle de la realidad."
Publicada el 22 Ee enero Ee 2022 a las 13:25 |
Dos reseñas de Greenwich:
- 20/ene/2022 - RESEÑA EN ARTE Y LITERATURA. POR FÉLIX MOLINA
- 12/ene/2022 - RESEÑA EN LA CLAVE LITERARIA. POR MANUEL FERNÁNDEZ GARCÍA
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20/ene/2022 - RESEÑA EN ARTE Y LITERATURA. POR FÉLIX MOLINA
Felix molina Felix molina, el autor de Poe no ha muerto, se encarga en "Arte y Literatura", un Blog realmente muy vivo y visitado sobre libros (y otras cosas), de Greenwich (Algaida Editores), con una reseña hermosísima.
¡Muchísimas gracias!
El original aquí: https://cutt.ly/oIOSuhP
También aquí transcrito a continuación:
Meridiana poesía
enero 19, 2022
por Félix Molina
Pablo Luque Pinilla | Greenwich
Leí, no sé si a Gil-Albert (corregidme, no encuentro el ensayo), que la claridad viene a la poesía por diversos caminos: o por el lenguaje –como en Claudio Rodríguez–, o por el tema –como en Jorge Guillén, en quien siempre pienso de día–, o, añado, por un empeño muy especial, por una atención directa, un cuidado casi intensivo hacia el lector diría yo, que hace del poema casi una didáctica.
Ese es el orden en que registro yo, con el nombre y los apellidos de Pablo Luque Pinilla, este Greenwich que viene no solo a mostrarme, sino también a enseñarme la poesía. Puede hacerlo, porque ha dejado atrás el divino aprendizaje de SFO (una road movie poética, con bellísimas fotografías) o Cero (la poesía como compañera de la imagen), libros que tuve la oportunidad de conocer desde sus primeros días de vida.
Pablo Luque Pinilla, © Sara Luque
Greenwich parte de la cultura (Dante, Cormac McCarthy, Denise Levertov), es esa su semilla y su abono, pero tiende sus ramas, en forma de paralelos y meridianos, hacia la imaginación. Imagina que amanecemos en un mundo comunicado por estambres de sensaciones y sentimientos a los que solo puede poner nombre el poema. Con cada verso –que resume una hora humana– hundimos la mente en el barro poético originario, el del propio Dante, el de T. S. Eliot, el de William Carlos Williams (por cierto, me entran ganas de rastrear en su Paterson cuando leo este Greenwich). Pero, lejos de enfangarnos, nos aferramos al gólem de cada día, para sobrevivirnos. Greenwich es también la historia de esa supervivencia diaria, personal, que hace de la anécdota geográfica y horaria un universal de la existencia humana. Y eso es algo que solo puede realizar la poesía certera.
Ocurre que el infierno de este día y esta hora no es el de Dante, sino el del silencio, como el que habla al final del poema 8:30,
Mientras alcanzo la oficina y me introduzco en el vestíbulo
absorto en un temblor callado,
como el que ensordecía mi mirada en el parque
postrado ante un altar
que hablaba en el silencio.
O indiga en la necesidad que tenemos de humillarnos, en medio de la vanidad circundante, para llegar a la tierra y a esa otra luz que nos salve, como en 13:45,
Cavar un hoyo a oscuras.
Cavar sin detenerse
hasta una cota sin retorno,
y encontrar lo profundo
en un empeño ya de ascenso.
Cavar para subir,
y conquistar la luz que nos aguarda
al otro lado de la tierra.
Al final, entre tanto murmullo existencial, todos dependemos de una misma forma, de un molde que tenemos entre las manos, el mismo siempre, eterno, desde Beatriz hasta la novia, 23:05:
Cuanto es depende de una forma
que nuestras manos guardan para seguir viviendo.
Existe
como cifra de lo eterno.
Tres pasajes que remiten a existencias de ahora que lo han sido de siempre. Eso es lo que sigo paladeando tras la lectura de Greenwich: el ya, el en este mismo momento con sabor a arcilla ancestral, a loza y cuenco de génesis.
Entiende el poeta que cualquier secreto encerrado puede ser después un bello fósil, pero –y ahí viene también la didáctica– oreado se convierte en un instrumento más de navegación, un astrolabio que nos permite una relectura que se llena de islas nuevas y bellas. Las notas que acompaña, con el anexo Margen horario (¡qué raras y aplaudibles en un libro de poemas!), son justo lo que necesitamos para seguir el camino de los meridianos, o para volver a emprenderlo con más conocimiento, como aquel Virgilio que entonces prendía la mano de Dante, y ahora coge la del que conduce a su oficina para huir del silencio, o el que se aferra al bluetooth para seguir enlazado al mundo, o quien escucha el anuncio del Avecrem como quien no quiere la cosa.
Nota meridiana o paralela:
No quería romper el ritmo de la reseña comentando que el libro ha sido merecidamente premiado por los 44.º Premios Literarios Kutxa Ciudad de Irún, y editado por Algaida Poesía.
La poesía secuencial, con asunto o anécdota, tiene gran tradición anglosajona, por ejemplo en los autores arriba citados. Estamos menos acostumbrados a ella en estos paralelos, pero es un gozo emocionarse con versos que después son, además, una historia.
© De los textos citados, Pablo Luque Pinilla, Greenwich, 2021, y del material gráfico, salvo menciones expresas.
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12/ene/2022 - RESEÑA EN LA CLAVE LITERARIA. POR MANUEL FERNÁNDEZ GARCÍA
Manuel Fernández, además de narrador, ejerce de crítico literario analizando literatura de ficción. Cuenta con muchos lectores que aprecian su criterio. Basta con leer algunas de sus recensiones para darse cuenta de que no es un reseñista al uso. Podría escribir en cualquier medio, sin embargo, prefiere la libertad que le ofrece esta página de Facebook, por la facilidad para interactuar con sus seguidores. Su estilo es a menudo incisivo y no exento de un gran sentido del humor, la mejor manera que encuentra para no tener pelos en la lengua.
En esta ocasión, se ha atrevido con un comentario de un libro de poesía contemporánea y he tenido la suerte de ser el agraciado. Su reseña de "Greenwich", además, es muy elocuente en un espacio muy acotado. No se puede decir más con menos.
El original aquí: https://m.facebook.com/Laclaveliteraria/posts/1265427780535720
También aquí transcrito a continuación:
La clave literaria
de Manuel Fernández García
Greenwich siempre me ha parecido un sustantivo de fuerte carga simbólica: el meridiano cero, el punto de partida, la línea que separa la luz de las tinieblas; un estado mental luminoso. Al menos esa es la imagen que me viene a la mente cada vez que oigo citar ese nombre.
Como igualmente iluminador me ha resultado saborear el poemario que Pablo Luque Pinilla ha decidido bautizar de igual modo: Greenwich. Simplemente. Ni más ni menos.
Es una colección de poemas elegante y melancólica, poesías divididas siguiendo un aparente huso horario que comienza de buena mañana y finaliza entrada la madrugada. Alta poesía engarzada mediante un sutil hilo conductor. De lírica brillante, refinado vocabulario y apreciable poder metafórico.
Culta colección de cantares, tan refinada que se agradecen de verdad las aclaraciones finales, las cuales nos informan acerca de ciertos orígenes, también temáticas, de cada una de las piezas.
Una delicia.
Publicada el 22 Ee diciembre Ee 2021 a las 23:35 |
Babilonia es un libro poblado de voces con un anhelo a menudo imposible, como imposible es hoy el lenguaje de los héroes antiguos. Pues, si en esencia somos su inocencia, rendida de natural a lo sagrado, nuestra condena es la incapacidad para suturar la escisión moderna entra la razón y el deseo como argumento contra la muerte.
La primera parte nos ofrece una historia de amor determinada por situaciones discontinuas que dificultan la unión de los amantes. Concluye con un poema que es pura ciencia fragmentaria, «Matemáticas discretas». Si bien esta afluencia de fragmentos es solo el peaje para que algo suceda.
La segunda parte consta de tres secciones precedidas de citas del salmo 137 ―uno de los más bellos―, alrededor del cual se inspiran sus fundamentos, no así sus motivos.
Como el salmista, en la primera se nos habla del sentimiento de destierro. Un exilio que es geográfico (poemas como «Cabo de Gata» lo atestiguan), pero también lingüístico y afectivo.
En la segunda, un collar de rostros variopintos nos aguarda. Los que conozcan a Leonor sabrán de su afán prosumidor de vidas ajenas a partir de personajes reales o ficticios. Por ejemplo, aquí aparecen Ziggy Stardust, el inventor de la bombilla o Toro sentado, entre otros. Quizás algunos de ellos sean los hijos de Edom del salmo, vueltos contra Jerusalén.
Pero Saro, de formación germanista, además de apego por la historia sagrada siente apego por Hölderlin (como ya ocurriera a tantos, como Heidegger, se me ocurre). Por eso, en la tercera, el recuerdo de Jerusalén por el salmista y lo que significa se logran por la vía excéntrica del poeta alemán. Ese afán por la totalidad concretado en la aparición de lo sagrado y lo divino en la naturaleza y en la persona, a los que accedemos por la nostalgia y la sensibilidad.
Babilonia es una obra elaborada con destreza técnica y madurada estructura, como bien señala Juen Rivero en la contraportada. Un edifico logrado en capas de significación que, en poesía, es siempre una manera de explorar ese espacio de plenitud entre la palabra y el silencio, como reflejo de la aspiración al silencio total que tanto deseara Hölderlin.
Lee algunos poemas aquí: https://www.instagram.com/p/CYg-ccQI1fa/
Publicada el 9 Ee noviembre Ee 2021 a las 3:30 |
Este poemario, el penúltimo de Víktor Gómez (Madrid, 1967), puede ser entendido como una inflexión o una mudanza en la escritura de su autor. En este nuevo domicilio, su tierra será baldía, yerma, el exilio su lugar, y la búsqueda su única frontera. Porque como dice Arturo Borra en el epílogo «Quizás solo en este terreno baldío se geste la posibilidad de otra vida».
Sobrante se organiza en tres partes: «ssobrante», «ssombra», «ssecreto». En él, lo esencial se vincula con aquello que nos sobra, nos estorba, tan habituados como estamos a hacer del yo un territorio por conquistar, en lugar de un balde que habrá de llenarse con lo que nos conceda la meteorología. El objetivo, en lo sucesivo, no será armarse de falsos argumentos, sino buscar con honestidad un agua que no cese de correr y nos desborde. Un «sobrante», por tanto, condenado a priori a habitar en la «sombra»; en aquello que camina con nosotros, pero que, de antemano, descartamos. Un ámbito en penumbra desde el que contemplar con mayor claridad un punto de fuga que verdaderamente nos sirva. Este y no otro será, desde ahora, nuestro «secreto».
Pero veamos algunos ejemplos:
“la belleza que no es incertidumbre ―sinéctica― envenena el presente” (pág. 21)
“entre : el que regresa al centro se ha perdido” (pág. 29)
“hay que ser muy fuerte para llegar a ser alguien ―pero hay que ser invencible para ser nadie”. (pág. 32)
“¿cómo decir lo claro y su oscura cifra? ‘esa’ huella sin firmamento aún canta” (pág. 34)
“la poesía ¿es cuestión de no saber? un peligroso rozarse y preguntar, sedlizarse en una fría ebriedad: ¿quién habla así?”
“¿donde descansa la extensa pared sino en la grieta?” (pág. 49)
La cuidada edición de La Garúa, el dibujo y meditación de @gabrieltchalk , el mencionado epílogo de @arturoborra y las preciosas ilustraciones de @ilustraciones_de_bellon ayudan también a hacer de este volumen una rareza y una delicatessen. Lejos de sobrar, contribuye a enriquecen un panorama que acusa un exceso de comida rápida.
Publicada el 15 Ee mayo Ee 2019 a las 4:50 |
Me deja dicha
Alicia Saliva
/una reseña de Pablo Luque Pinilla/
Viajera, 2018
56 páginas
La obra de la poeta Alicia Saliva (Buenos Aires, 1969) abarca tres poemarios: Las veredas del agua, con acuarelas y dibujos de Cecilia de la Fuente (El Escriba, 2012); Variaciones sobre el silencio, con fotografías también de Cecilia de la Fuente (Botella al Mar, 2014) y ahora Me deja dicha (Viajera Editorial, 2018). Doctora en Letras por la Universidad Complutense de Madrid, compatibiliza su labor poética con la dedicación como profesora superior en el ámbito universitario (Untref, UCA, Eseade). Su actividad se centra fundamentalmente en las áreas de poesía contemporánea, literatura comparada y escritura académica.
Introducirse en la poesía de la autora porteña es sumergirse en un espacio de delicado lirismo y reivindicaciones vitales en iguales partes. No en vano, la profesora María Amelia Arancet, compañera generacional de la poeta, asevera que sus tres libros, hasta la fecha, atestiguan idéntica capacidad lírica para golpearnos la conciencia desde una notable suavidad y temple expresivos. De esta manera, es apreciable en ellos un camino tan literario como existencial que desemboca en el presente volumen. Así, el primer texto, Las veredas del agua, conforma un viaje hacia los márgenes; un ejercicio de visión de todo lo que no es lo que se pensaba que debía ser, lo que acaba convirtiendo a la obra en una enriquecedora prospección de la que se desprenden aspectos decisivos para comprender la Dicha presente, como cuando se asevera: «unciones humanas/ no hay otras/ para mezclar la tierra con el cielo» (Las veredas del agua, p. 23). Variaciones sobre el silencio es un poemario que supone una vía de ascenso ―literario también, pensamos, en la trayectoria de la autora―, pues en él el protagonista poético se observa a sí mismo con sinceridad mientras busca un silencio que, lejos de resultar sordo, da testimonio de una naturaleza en la que «el decir vive fogoso» (Variaciones sobre el silencio, p. 42) y se escucha ese otro sonido que «enciende el mundo/ como la sangre del sol a la tarde» (ibídem, p. 27). Sendos libros, al final, conforman una suerte de exordio por partes del volumen que venimos a comentar.
Porque se aprecia en este texto el final de un camino en tres tramos. O de una obra en tres actos. Un despliegue en el que, al descubrimiento de una realidad más verdadera al trascenderse las fronteras de lo acostumbrado, de la primera entrega, y a la fecundidad de la escucha, de la segunda, según hemos comentado, le sigue un abordaje del amor como llave de un conocimiento superior en esta tercera. Para ello, el yo lírico se dirige a Violaine, la protagonista de la obra La anunciación a María de Paul Claudel, que responde al primero en el epílogo, produciéndose un cruce de misivas entre ambas voces; un diálogo en el que los dos personajes se escuchan y hasta parece que acaban por confundirse, porque, a todas luces, Violaine conquista el corazón de su interlocutor poemático. De hecho, el amor de Violaine por Pierre de Craon, el otro gran personaje de la pieza teatral del autor galo, se consuma en un gesto de suprema entrega —ese beso por el que Violaine contrae también la lepra— que se contagia a los versos de Alicia Saliva hasta convertir la caridad en su almendra argumental. Por eso, si Claudel utiliza la imagen de la anunciación del Ángel a María, según nos lo narra el evangelio de San Lucas, para titular su libro, la poeta se hace eco de la misma para hablarnos del estupor ante el hecho de la encarnación: «algo le anuncian a María/ no, no es algo/ es el anuncio» (p. 11). Ese mismo que lleva a Violaine a abrazar el sufrimiento de Pierre y que, conmoviendo a la autora, transforma también su poemario en un sutil abrazo al lector.
Suele decirse que Claudel no deseaba que sus personajes fueran explicados a través de la interpretación de los actores, sino revividos en la escena. Y algo así también parece ocurrir con la escritura de la argentina en este volumen. De hecho, no nos hallamos solo ante un texto bello. Más bien nos encontramos ante un acto de escritura que transforma lo bello en palabras de carne y hueso; en la realización de una experiencia en la página. Esto ya lo esclarece la propia escritora en el anexo «Historia de Me deja dicha» emplazado al final de la obra, toda una declaración de intenciones formales, cuando dice: «Anímate a escribir más despeinado, me dijo Karina» (p. 47); o cuando reconoce que escuchó a Tarquini: «el poeta no comunica una experiencia, la realiza» (ibídem). Por esta razón, no son casuales los rudimentos estilísticos desplegados al servicio de esta realización, por los que el lenguaje se despeina, como le proponía su amiga, y las palabras arrancan y se detienen, se embalan o vacilan en la hoja produciéndose una copia en el papel de los hechos mentales que las anteceden, como parece querer confirmarnos cuando, refiriéndose a la ceguera de la propia Violaine, afirma: «yo armo días adentro/ levanto hogueras/ esta gruta/ bajo las concavidades/ de mis ojos ausentes/ ves lo que yo veo?» (p. 36). También cuando se emplea un lenguaje que es pronunciadamente simbólico, en los que elementos como la calandria, el anillo, el velo, la viola y los propios personajes de La anunciación a María, entre otros, funcionan como nítidos símbolos. Asimismo, cuando se produce una alternancia de planos temporales, lingüísticos (el francés, y hasta el inglés y el latín aparecen intercalados con el castellano) y de los personajes, como ya se ha señalado; o cuando asistimos a la fragmentación a la que no pocas veces se somete a los vocablos. En definitiva, recursos que contribuyen a revivir la experiencia de lo que resulta esencialmente inefable, como lo es el amor sin condiciones, la caridad en suma. De hecho, hasta los mismos blancos de la página juegan un papel relevante en la propuesta, y físicamente los poemas dejan grandes huecos en la hoja («sí, déjame// margen» —p. 23— ) en la misma medida que una serie de notas en prosa, que expanden y aclaran el pensamiento poético, la ocupan. Se nos brinda de esta forma una serie de espacios que resultan decisivos en el volumen por cuanto en ellos son susceptibles de ser tenidos en cuenta los aspectos más decisivos de lo humano. No en vano, en el mencionado anexo se asevera: «¡todo corre en vías tan paralelas con los afueras del texto!» (p. 47), como si se deseara acoger cualquier circunstancia existencial en el seno disponible de lo impreso ―y lo no impreso― para que, al entrar en él, hallemos la dicha: «letras finas mucho blanco/ para dejarnos entrar/ por si quisiéramos salir/ por si se nos olvidaba/ prestar la vida» (p. 27). En definitiva, si Violaine abraza la lepra y fruto de ese acto de entrega y posterior sufrimiento conoce un amor más profundo que le da el poder de resucitar a su sobrina, Alicia Saliva, además de mostrarnos el itinerario de esta conversación (que se emparenta con la propia conversión: «me escribo/ por pura necesidad/ de conversación/ necesaria/ con/ ver/ sión» ―p. 12―;), nos quiere ofrecer las estancias de su poemario para que nada se quede fuera de la relación amorosa que en él se plantea.
Al final, tras la lectura de este libro, entendemos que, a la par que la autora se sabe dicha, se nos brinda la posibilidad de sentirnos un poco mejor explicados: «quiero/ mi vida dicha/ así/ por otro que la quiere» (p. 34). Y también, por qué no decirlo, que, en el tiempo de la cultura del descarte, de tantos chivos expiatorios que yacen en las cunetas de la sociedad, un volumen como el presente funciona como un artefacto que propone alternativas que nos sacuden. Con mucha suavidad y delicadeza, ya lo comentamos, pero sin ambages y con altura literaria.
Publicada el 1 Ee octubre Ee 2018 a las 14:40 |
En el último número de Ibi Oculus está colgada mi reseña de "La voz que me despierta" (Ediciones Vitruvio, 2017), el último poemario de Beatriz Villacañas.
Reseñar es un deporte y, a veces, un vicio. Lo siento, no lo pude evitar...
Va aquí abajo íntegra:
La voz que me despierta, Beatriz Villacañas. Vitruvio, 2017.
Pablo Luque Pinilla
La voz que me despierta, el décimo de los poemarios de la autora toledana Beatriz Villacañas, fue presentado públicamente el pasado mes de noviembre en el Centro Riojano de Madrid.
Al igual que ocurre con otras entregas de la poeta, como Jazz, Dublín, El Ángel y la Física o La gravedad y la manzana, por citar algunas de las más conocidas, se trata de una colección de textos que, partiendo de una propuesta concreta, despliega un ramillete connotativo que trasciende la intención argumental de partida. En esta ocasión, el volumen orbita alrededor de la idea de la poesía como llamada, que despierta, enciende y tiraniza ―bendito despotismo el de los versos― a quienes el destino elige como portavoces. Uno de ellos no podía ser otro que el siempre recordado por la autora Juan Antonio Villacañas, padre de la poeta, que de una forma u otra aparece presente en cada nueva entrega de su hija. Si para este escritor de dilatada trayectoria e Hijo Predilecto de la Ciudad de Toledo las palabras se le ponían delante a «hablar y a hacer posturas» («La vanidad de las palabras», A muerto por persona, 1996), y no había voz que se les resistiera ni aun de noche, para nuestra poeta son esas mismas palabras, que se abren camino en el insomnio y despiertan a su progenitor, las que ejercen su influjo sobre ella. De esta manera, como si de los protagonistas de las curaciones de los evangelios sinópticos o del Lázaro resucitado en el de San Juan ―según evocara Bécquer en su Rima VII― se tratara, en el romance que da título al libro el sujeto lírico es invitado a obedecer a una voz que le pide: «¡levántate! ¡anda!» (pág. 25). Un protagonismo de la poesía que abre la puerta a otras composiciones metapoéticas en el conjunto, como «Batallando contra los mismos: profanadores de la palabra», «El espejo del cuento» o «vocación», que sustentan la trama principal del poemario tal y como hemos comentado.
Pero el valor de este volumen no se detiene en este extremo visible del cabo, sino en la inmensa longitud del hilo temático que lo recorre, como también apuntábamos. Así, esta llamada que despierta a la escritora durante el descanso no es solo la de la escritura, sino su cuestión previa; es decir, el factor ignoto que insufla aliento a la misma palabra poética. En este sentido, nos parece advertir que los versos de Villacañas adquieren aquí resonancias proféticas, lo que equivale a aseverar que recuperan perspectivas consustanciales a la mejor poesía de siempre (no en vano, la palabra «vate», que sirve para designar tanto a los poetas como a los visionarios, toma su doble acepción del latín). Se trata, en definitiva, de la decantación de lo sagrado en los poemas para que podamos escuchar la voz del misterio en la escritura: «Hay una eternidad / atada a cada uno de tus pasos, / un bosque amanecido, / mil voces y una voz clamando / en los desiertos / de tu pequeña soledad de cada día» («Caminante», pág. 11). Un hecho que se repite en textos como «Llamada», «Principio de incertidumbre», «Mi hacienda», «Diaria despedida», «Me lo dice la duda», «Pero», «La materia», «Credo», «Aceptación», «Todo», «Esperanza» o «Lo imposible», que cierra el libro, por citar ejemplos significativos. No obstante, no nos encontramos ante un poemario metafísico o esencialista ya que no son pocas las derivas figurativas que proponen algún aspecto de la realidad como punto de partida para una prospección trascendente en el poema. De hecho, esta perspectiva realista se desarrolla de dos maneras a nuestro advertir. De una parte, cantando motivos cotidianos en los que el sujeto poético acusa lo espiritual que los traspasa, ya sean estos las sombras (pág. 12) ―con ecos de las salinianas sombras de La voz a ti debida―, el pan (pág. 18), los glóbulos rojos (pág. 20), la tarde (pág. 22), la Antártida (pág. 23), la torre (pág. 44), la luz (pág. 46), el amado ―siempre el mismo y siempre nuevo ― (pág. 51), las manzanas (pág. 54) o el cerdo (pág. 59) en «Carne y escarnio del cerdo», una de las composiciones más originales del conjunto. De la otra, evocando motivos abiertamente religiosos, como por ejemplo en «Resiliencia», «Canción», «A Santa Teresa» o «El estilo de Dios», por mencionar algunos casos. Finalmente, la onda expansiva de este despliegue alcanza también a una serie de homenajes a personalidades y topónimos, ya sean estos Platón, Manrique, Carlos V, Garcilaso o Miguel Hernández, entre los primeros; o Irlanda, Nueva York, Madrid o Toledo, entre los segundos. Y a la ya habitual tensión de la autora por mezclar poesía y ciencia en sus versos, como ya sucediera en volúmenes pretéritos (pensamos, qué duda cabe, en los citados El Ángel y la física o La gravedad y la manzana, por ejemplo). Así, leemos en «Estado de gracia»: «Materia liberada de ataduras / de tiempos y de formas, / espacio sin contornos ni puntos cardinales, / la imperfección con todo su misterio, / te alivia de tu peso, / te hace manzana ingrávida / y cuerpo transparente que revela / a su ángel más íntimo.» (pág. 21), en referencia a la inclusión de una partícula que genera defectos en una cerámica para potenciar su carácter superconductor, tal y como se explica en el subtítulo del poema a modo de singular entradilla.
Más allá, todo este conglomerado de asuntos, tan vigentes como intemporales, se nos sirve en odres métricos diversos y a menudo clásicos. Se trata, de hecho, de una de las señas de identidad de la escritura de Villacañas, siguiendo en esto el camino desbrozado por su padre, conocido ―y reconocido― por su labor de recuperación de la lira para la poesía de finales del siglo pasado. De esta forma, en el libro hallamos sonetos, décimas, romances, haikus, cuartetos, redondillas, versos blancos anisosilábicos de base impar y, por supuesto, liras, dotando al conjunto de una impronta plural y eufónicamente reconocible.
En definitiva, nos hallamos ante un poemario que actualiza para nosotros una trayectoria infatigable e inspirada haciéndonos partícipes del más hondo compromiso de su autora con su vocación, y de esta con el aliento misterioso y trascendente que la anima. Así, al igual que Víctor Hugo se preguntaba si en su tumba descansaban los restos de un poeta o de un profeta, nosotros comprendemos que en la obra poética de la toledana descansa el poder visionario de una voz que no cesa de pedirnos que despertemos. De recordarnos que el valor de la vigilia ―y, por tanto, de la poesía― está en la escucha atenta y la portavocía del Misterio.
Escucho
Que hable el fantasma de tu voz,
como Hamlet a Hamlet,
que hable en la rosa o en la piedra desnuda,
o en la gota de sal de cualquier lágrima,
o en el nudo del viento.
Que hable
desde la raíz misma del asombro:
que me arranque la duda
(para siempre)
de la palabra y de su eco.
(de La voz que me despierta)
http://www.edicionesencuentro.com/ibioculus/numero-10/merece-la-pena/recomendamos-2/#voz
Publicada el 20 Ee noviembre Ee 2017 a las 14:05 |
Útero o intemperie. Los nuevos versos de Bárbara Butragueño
por PABLO LUQUE PINILLA
ABSTRACT
Una reseña en profundidad de un poemario que la merece: Casa útero (Calambur, Barcelona, 2016), lo nuevo de Bárbara Butragueño
ARTÍCULO
Este poemario de Bárbara Butragueño (Madrid, 1985) se dio a conocer públicamente el pasado mes de febrero y contó con otras presentaciones todavía en plena primavera. Se trata de su quinta colección de poemas ─cuatro libros y una plaquette─, y la segunda que la autora confía a la imprenta. Esto evidencia una doble característica de la escritora: la prolificidad y la paciencia, lo que seguramente se debe a su predisposición natural a engendrar versos a partir de cuanto le ocurre y a la virtud de someterlos a escrutinio con minuciosidad de orfebre.
Al lector mínimamente avisado sobre la poesía española actual, no le habrá pasado desapercibida la obra de esta, todavía joven, poeta madrileña. En ella, destaca su lenguaje personal, imaginativo que, sin hacerse eco de las anunciadas defunciones de la retórica, emplea con provecho la metáfora y la imagen, en un ritmo libre, casi siempre sin puntuación. Una escritura en la que cada verso parece brotar en el centro de alguna conmoción existencial y en la que se advierten no pocas referencias que la autora nunca ha dudado en admitir. De esta manera, en sus composiciones percibimos la resonancia de voces como las de Alejandra Pizarnik o Blanca Varela. Y el aliento de lecturas diversas que bien podrían dibujar un arco con diferentes puntos de paso, que van desde el intimismo de Dickinson, al despliegue trópico de Umbral o el poder visionario de Plath. Y, en la órbita de nuestra literatura más cercana, los de la poesía de Ada Salas, Rosa Castro y David Meza o la de su admirado Juan Antonio Marín, por citar el trabajo de autores que son de recuerdo frecuente en sus comparecencias y entrevistas.
He tenido la oportunidad de seguir la evolución de la madrileña desde hace ya bastante tiempo y siempre me ha parecido que le acompaña un insaciable deseo de tragarse el mundo para devolvérnoslo temblando en los poemas. De entresacar esos secretos que la realidad esconde y que al entrar en contacto con el lector suscitan un sonoro escalofrío. Algo que se hace aún más evidente si se ha tenido la oportunidad de asistir a algunos de sus recitales, como los que ha llevado a cabo durante años para la Red de Arte Joven de la Comunidad de Madrid o el que celebró en la tertulia Esmirna, por citar dos ejemplos que me resultan familiares. En ellos, con frecuencia, su fraseo parece transcurrir con ademanes de trance contenido, revelando, aún más si cabe, la naturaleza vital e inspirada de su desempeño creativo.
No otra es la propuesta en esta Casa útero, que nos ocupa, si bien advertimos en sus textos un ligero encaminarse hacia un territorio expresivo que, sin renunciar a lo emocional/humoral, busca ensancharse por la vía de lo reflexivo y metafísico, potenciándose así el mensaje. O eso nos parece.
El volumen se divide en tres partes: «La culpa», «Las grandes palabras» y «El hogar caliente», en las que se nos habla de la culpa, de la relación del personaje lírico con la palabra poética y de la búsqueda de la identidad, respectivamente. Como colofón final, encontramos una suerte de anexo con trazas de coda, más que de epílogo, «Calor residual», que añade interesantes reflexiones adicionales a la tercera sección.
En «La culpa» la almendra argumental es el sentimiento de culpa y la manera en que este nos afecta, nos despierta o, también, nos abre al mundo. Así, de cuantas identidades conforman nuestro yo, solo se justifica aquella que no nos exime de la culpa. Pero permanecer en ella es una forma de mentira y hace falta «un grado de ardor un estallido» (pág. 18), ya que «solo muriendo / fieramente cada día / y dejando al temblor / calar el hueso / se puede dar a la vida hondura» (ibid.). Este temblor, por tanto, depende de no circunscribirse en exclusividad a la culpa, lo que permitirá que esta se transforme en un reclamo a un vivir más intenso y profundo, que acabe suponiendo una forma de redención ―nunca explicitada en el poemario, por otro lado―. Además, se propone una perspectiva de desgarro existencial donde saberse tan culpable como disponible a la negación de uno mismo, que nos procure alguna forma de pureza. Aun con todo, no hay palabras que lo consigan y asumimos ese fracaso; ese estado natural de anhedonia espiritual caracterizado por la sensación de «no estar nunca del todo / en ningún sitio» (pág. 19). Por eso, experimentamos un yo insatisfecho y aislado, ante el que uno se pregunta «para qué la bondad / para qué la fe / para qué la herida» (pág. 22) si «nadie nunca / nos responde» (pág. 23). De tal manera que, para ser libre, se estima necesario dejar escapar tales aspiraciones y tan elevada consideración de su cumplimiento. Una resignación y frustración en la que, a pesar de todo, no es imposible la esperanza. Por eso, se exhorta a los que consiguen renacer vaciándose de sí mismos a que compartan la verdad, la mirada limpia, la experiencia que nos salve de la propia culpa. No en vano, a ellos se dirige el final de esta parte: «vosotros vosotros enseñadme / enseñadme / a hacer justicia // enseñadme a ser» (pág. 29).
«Las grandes palabras» principia reconociendo que no se desea saber el significado preciso de la palabra «culpa», pues no es percibida con nitidez la delgada frontera de sus términos, y se prefiere «una forma cauta de certeza» (pág. 36). Se reflexiona sobre la oscuridad de la palabra poética y se lamenta cada vez que el verbo no está incendiado, en la misma medida en que se relaciona la escritura acometida con un lenguaje más convencional con una especie de aurea mediocritas literaria a la que se renuncia, porque «Quizá mi pecho no conozca más idioma / que el diluvio» (pág. 41). Pero la oscuridad igualmente puede ser una forma de refugio: «¿acaso no es esta oscuridad / donde crees que reside la belleza / la escafandra perfecta para ocultarte?» (pág. 42). Y se termina por reconocer que se escribe desde el rapto, desde una posesión en la que la palabra poética toma prestada la voz del poeta como si de un profeta/oráculo se tratara: «Sé que hay incendios, sé que por momentos escucho la música nacer de mí como un antílope mojado, pero esa boca no es la mía, ese odio no es mi odio, yo tengo un cuerpo puro» (pág. 43). En definitiva, este debate interno escenifica la lucha, tan de la autora, por la sinceridad poética sin renunciar a la belleza. La búsqueda, en suma, de los grandes significados en moldes de atractivos significantes.
La última de las partes, «El hogar caliente», aclara que salir del útero, de la casa, es exponerse demasiado «en este mundo de lobos donde los otros tan lobos siempre» (pág. 49). Salir o no salir, esa es la cuestión. Ser útero o intemperie. Así, el útero tiene el valor de lo originario y el exterior supone el bagaje de lo vivido, de lo heredado; lo familiar, emocionalmente. Una aventura al aire libre que se vive a la defensiva: «Pensabas que solo lobo los lobos te amarían» (pág. 52), y que implica la negación del propio cuerpo: «donde dijiste mujer dijiste nunca» (ibid.) y «te borraste el sexo» (pág. 53), para refugiarse en una forma de poseer errática que no es la verdadera fuerza anhelada, aunque sea poderosa y se parezca a la fuerza del varón. Hay, por tanto, inseguridad, miedo, estupor. Y el sujeto poético recuerda de niña a una mujer de caderas grandes que «siempre se está marchando» (pág. 56). En última instancia, se acaba por identificar la deseada fuerza, el protagonismo de la conciencia, como un lugar con un centro, «un animal diminuto que ― espera ― al fin ― encontrarse» (pág. 59) a sí mismo. Y por aquí ya vamos entendiendo el título de la obra, la urgencia por regresar al origen, a la esencia, a la matriz, a un útero desde el que sea factible recomenzar. Un lugar que representa ese espacio desde el que es posible emitir un canto como el de este libro-aullido cuando reivindica la autenticidad ante las más hondas e íntimas encrucijadas personales.
Finalmente, el calor residual que emana del apéndice redunda en la incapacidad del yo para reconocerse, para lograr la esperada identidad, pero nos reserva una hermosa sorpresa final con la que se cierra la esfera uterina del volumen. La aspiración de ser afirmado por otros con una exigencia semejante: «Yo quería que alguien me perdonara para poder perdonarme» (pág. 68); «Sé que hay otros que también vagan y buscan. Con la boca llena de algodones. Cuerpos que tienen frío a todas horas. Y también viven el amor propio como un tartamudeo eterno». (pág. 69).
Cuerpos asimismo con un contorno como el de este poemario, que redondea su forma con la plasticidad a la que nos tiene acostumbrados la escritora. Con las aludidas capacidades metafóricas e imaginativas, vertidas en moldes rítmicos de notable aliento, que consiguen un libro con maneras ―y más que maneras, por la persistencia en el tropo― de alegoría. Más allá, insiste la poeta en su voluntad de omitir las comas, excepto en los poemas en prosa que igualmente jalonan la obra. Además, hay un reiterado empleo del guion tipográfico en la prosa que cierra la tercera parte, que nos permite rastrear los razonamientos fragmentados y discontinuos del sujeto poético, como si la autora copiara al natural del pensamiento sin cocer las frases. De hecho, y en términos generales, en este volumen el ritmo de las consideraciones parece ofrecerse a trazos, manifestando la otra faceta creativa de la escritora: la de la ilustración y el dibujo. Porque Butragueño escribe como dibuja ―o a la inversa―, transcribiendo en cada línea lo que le pasa ― y traspasa― partiendo de una referencia original que, decantada en la memoria, traslada al papel ya transformada en una realidad nueva.
Esta realidad, ya se ha dicho, ofrece una versión bastante reflexiva en este texto, lo que no deja de resultarnos llamativo, por cuanto cada vez son más los que dirigen su mirada hacia esa poesía neopopular e intranscendente que prolifera por las redes y se da bacanales en los nuevos y viejos sellos editoriales. En este sentido, nos parece que la poeta es fiel a su pretensión de ofrecer en palabras de meritoria factura sus más hondas inquietudes vitales. Algo por lo que vale la pena reparar en esta propuesta poética en un tiempo en el que nuevos paradigmas antropológicos ―el literario entre ellos― no dejan de suponer una revalorización del viejo e ingenuo culto al valor omnipotente de la razón, y de esta a los pies del bienestar y el progreso, como suele suceder en las épocas determinadas por los grandes avances.
Buscamos el bienestar y progresamos, cómo no, pero no es posible hacerlo con éxito si rehuimos hacer las cuentas con nuestras más hondas hechuras: esa dependencia de la realidad que nos muestra la fragilidad estructural de la condición humana, la pertinencia de los interrogantes últimos y penúltimos, y la necesidad de significados verdaderos. Es por este motivo que esta escritura, y la de tantos otros que transitan los arduos caminos de la autenticidad y la belleza, está llamada a erigirse en testimonio de resistencia en un momento en el que hasta la poesía parece rendida al poder de lo banal y lo efímero.
https://www.nuevarevista.net/revista-lecturas/utero-intemperie-los-nuevos-versos-barbara-butragueno/
Publicada el 21 Ee octubre Ee 2016 a las 20:00 |
En el número 9 de Ibi Oculus se ha publicado mi reseña sobre el Orestes de Yannis Ristos en traducción de Selma Ancira y publicado por Acantilado:
Os dejo a continuación la reseña, que puede consultarse directamente AQUÍ:
Una de las características de la cultura griega es la incorporación del mito clásico al trasunto cotidiano. Así, la referencia mítica se incorpora a la vida y a la literatura con naturalidad, formando parte de su imaginario individual y colectivo, sin necesidad de mayor contextualización.
Muchos son los autores griegos que reflejan en sus obras esta relación cultural viva y vivida con el mito; este paso de lo referencial al aquí y ahora. Destacan, entre los poetas más importantes de las letras helenas durante el pasado siglo, Yorgos Seferis, que sostiene que esta imbricación es producto de una decantación natural; Odysséas Elýtis, que asume la modernidad y la renovación como signos diferenciadores; y Yannis Ritsos, escritor en el que el presente renueva el mito como continuación, pero, fundamentalmente, como permanencia, para hablarnos de lo antiguo con el lenguaje de hoy, y de los motivos del tiempo presente con una sabiduría antigua. Así, en Ritsos, el mito se ve enriquecido por los recuerdos personales y los problemas sociales de la Grecia de finales del siglo pasado que le tocó vivir.
De esta manera sucede con el Orestes que nos ocupa, englobado en el ciclo poético de los monólogos dramáticos del poeta centrados en personajes de la antigüedad clásica, pero trasladados a la actualidad, muchos de los cuales han sido también publicados en Acantilado. La serie principia con Sonata del claro de luna e incluye obras como La casa muerta y los soliloquios dedicados a Freda o Áyax, por mencionar algunos.
En Orestes, se ubica al personaje mitológico, hijo de Agamenón, rey de Micenas, y de Clitemnestra, así como hermano de Electra, en la noche previa al asesinato de Clitemnestra. El modelo, según el Orestes que más concuerda con el de Ritsos, es el de Eurípides, pues a diferencia del de Sófocles y Esquilo, Eurípides nos presenta unos personajes más humanos, con capacidad para hacer crisis, contradictorios y acuciados por las dudas, que es el núcleo de la sabiduría trágica como expresión de una forma de religiosidad, de una concepción de la realidad, en definitiva. A este dibujo de Orestes, Ritsos le añade una toponimia y unos motivos que revelan la contemporaneidad del autor con el relato poético. Y una versificación ciertamente brillante que fluye en extensión versicular, con plasticidad y con una respiración que demuestran un terreno de comodidad formal para el escritor. No en vano, el poeta fue traductor de Neruda y Nicolás Gillén, por mencionar algunos ejemplos significativos en este sentido, y uno de los poetas más influyentes de la generación griega de 1930, análoga a la generación del 27 en España.
Su libro arranca con Orestes y su fiel amigo Pílades a los pies de la muralla del palacio de los Átridas escuchando los lamentos de su hermana Electra, que clama venganza, mientras Orestes sopesa sus miedos y contradicciones, que vienen a suponer la almendra temática de la obra. Para nuestro Orestes, la contradicción se establece entre el deber impuesto por lo social y el deber ético de escuchar a la propia conciencia. Esto le permite ponderar con positividad la figura de su madre en detrimento de la de su hermana ―ponderación de la madre que es una constante en su obra―, lo que no le abstrae de su deber, si bien detesta la presión social que le exige una reparación meramente instintiva y atávica. Más allá, se pregunta si la fuerza de la libertad personal y la del condicionamiento social están destinadas a convivir en armonía o, por el contrario, estamos creados con esa terrible disyuntiva con la que debemos convivir como un padecimiento crónico.
En suma, el poemario es un canto a la reflexión personal frente al destino en contraposición con la imposición social del horizonte individual, que convierte a Oretes en un ejecutor de los designios previstos, pero a través de su libre elección nacida del conocimiento de la propia identidad. Reflexión que el autor griego transforma, en la línea de otros libros de su factura, en una narración de exuberante frondosidad poética.
Publicada el 22 Ee julio Ee 2015 a las 1:35 |
Se acaba de publicar esta columna que he escrito para Tarántula Cultura, gracias a la amabilidad de su director Luis Muñoz Diez, sobre una de las películas del cine español que prefiero, "El espíritu de la colmena" (1973) de Víctor Erice. El texto recoge la almendra argumental sobre la que versó mi intervención para la Web "De qué va la peli", así que supone un buen complemento de aquel vídeo:
Os dejo a continuación la reseña que puede consultarse directamente AQUÍ:
¿Por qué recomiendo ver El espíritu de la colmena?"
El espíritu de la colmena (1973) es el primero de los tres largometrajes del cineasta Víctor Erice, que además de dirigirlo escribió el guion junto al desaparecido crítico Ángel Fernández Santos. La producción corrió a cargo de Elías Querejeta y la fotografía de Luis Cuadrado. En él intervinieron las actrices Ana Torrent e Isabel Tellería, aún niñas, así como el incombustible Fernando Fernán Gómez, entre otros. Un elenco de profesionales de incuestionable valía que firmaron un trabajo que más de veinte años después continúa suscitando admiración y elogios. No en vano, nos encontramos ante una de las creaciones mejor valoradas de la historia del cine español.
Ana Torrent, Isabel Tellería en una imagen de El espíritu de la colmena (1973), Víctor Erice
La película está ambientada en la Castilla rural de los cuarenta, en plena posguerra. Un contexto que lejos de depararnos una narración previsible, se convirtió en el ámbito preciso para que Erice realizar un film singular e irrepetible. En él se nos cuenta la historia de dos hermanas, Ana (Ana Torrent) e Isabel (Isabel Tellería), de seis y ocho años, respectivamente, y el mundo de los adultos que las rodea, especialmente el de sus padres; así como el de algún que otro personaje clave en la trama, como el fugitivo. El momento de sus vidas que sirve de marco al desarrollo argumental se corresponde con la proyección en el pueblo en el que viven de la película El Doctor Frankestein de James Whale con interpretación de Boris Karloff, y el efecto que en las niñas tiene, en especial en la protagonista Ana, el personaje del monstruo.
Todo en esta obra está minuciosamente planificado para ofrecernos un relato poético que se erige en una delicada y sutil alegoría. Un despliegue en el que el dibujo de los personajes, los símbolos (especialmente los de la colmena, las abejas y el tren), la iluminación, la banda sonora y sus canciones (muy importantes), los encuadres, los planos y el ritmo, se administran con maestría para hablarnos de la búsqueda del sentido y la erosión que produce el escepticismo. Para indagar en ese espíritu «todopoderoso, paradójico y enigmático» de las abejas, según lo definiera el dramaturgo y poeta Maurice Maeterlink al referirse al «espíritu de la colmena», inspiración que le sirve a Erice para titular la película, como él mismo ha manifestado en alguna ocasión.
Ana Torrent es Ana en El espíritu de la colmena (1973), Víctor Erice
De esta manera, la colmena y su espíritu son la sociedad y sus motivaciones. Una sociedad que se corresponde con la de una España rural de posguerra en la que cunde el desencanto, pero que bien podría ser cualquier otro contexto en el que los individuos se ven empujados a vivir contra las cuerdas de la adversidad cotidiana. Unas circunstancias en las que resulta difícil rehuir la búsqueda de significados verdaderos y una lectura de los acontecimientos comprometida con las aspiraciones humanas más profundas e insobornables. Y unos protagonistas resignados en muchas ocasiones a sobrevivir en el interior de la colmena de sus propias frustraciones. Así, desde el abúlico padre apicultor y escritor amateur que noche tras noche es incapaz de superar el mismo párrafo de sus escritos, una suerte de reflexiones en las que indaga sobre la vida de las abejas desde una perspectiva literaria y filosófica y en las que fracasa intentado encontrar esas palabras sublimes y definitivas con la que culminar su texto. Pasando por la madre, enganchada a un amor antiguo al que escribe cartas a sabiendas de que dicha relación carece de futuro; incapaz de sustraerse a esa mentira y de purgar su desilusión encarando la realidad de su familia, la única que puede prometerle una perspectiva no idealizada por la que valga la pena afanarse y recomenzar. Siguiendo por el personaje de Isabel, un caso de escepticismo prematuro pues a sus ocho años mira el mundo sin la inocencia y la ingenuidad que tanto reprocha a su hermana, y que le correspondería. Hasta llegar a Ana, el punto de fuga de esta historia; ese otro espíritu de la colmena que aspira a volar libre, y vuela. Que espera salir del panal para buscar la belleza del entorno y poder alimentarse del néctar de la esperanza. Un personaje que simboliza la perspectiva ideal de la búsqueda del sentido y la verdad. Que es inconformista con la muerte y disconforme con la indiferencia y la brutalidad. No en vano, la historia de Ana transcurre amparada por el impacto que le produce el visionado de El Doctor Frankestein y el deseo de toparse con el monstruo en la vida real. Una criatura que anhela la bondad y la paternidad que le han sido negadas, en la misma medida que se comporta de forma brutal por el rechazo que despierta en los demás. Un ser al que Ana espera encontrar para ofrecerle la experiencia del amor y la expresión de la bondad como veneros de los que mana el significado de su dolor.
Frankenstein (1931), de James Whale
¿Encontrará Ana al monstruo y sabrá cómo comunicarse con él para transmitirle algo de su secreto de niña? Para saberlo, es necesario que veáis esta insólita película que a buen seguro no os defraudará.
http://revistatarantula.com/por-que-recomiendo-ver-el-espiritu-de-la-colmena/
Publicada el 18 Ee junio Ee 2015 a las 1:25 |
Dejo aquí la reseña que ha preparado Aitor Francos con el sugerente título de "Un libro panóptico", y aprovecho para agradecer al crítico el acercamiento al texto. El artículo ha aparecido en el número 116 de marzo-abril de la veterena revista ovetense Clarín. Entre unas cosas y otras no me ha sido posible compartirlo hasta ahora.
En la sinopsis de dicho número se explica: "Comienza el nuevo número de Clarín con un homenaje a Santa Teresa de Jesús, como no podía ser de otra manera en el centenario de la escritora. Rosa Navarro Durán, una de las máximas especialistas en la literatura del Siglo de Oro, se ocupa de las relaciones entre la protagonista de La Regenta y la autora de Las Moradas. Manuel Alberca, reciente ganador del premio Comillas con una ejemplar biografía de Valle-Inclán, esclarece algunos puntos de la vida de Azorín. Destacan también los trabajos sobre cine firmados por Christophe Rabiet y Felipe Benítez Reyes. Las habituales páginas viajeras corren a cargo de Manuel Neila (India) y Pedro García Martín (Grecia). Aquilino Duque retrata a Gabriel Celaya, Ernesto Baltar rescata una cartas inéditas de Castelao. Podemos leer además, entre otras colaboraciones, poemas de Henri Cole, en versión de Carlos Alcorta, y una crónica ejemplar de Paul Brito. Y los habituales paliques.
Ver índice del número completo."
Publicada el 9 Ee marzo Ee 2015 a las 19:40 |
El sábado 7 de marzo se ha publicado esta entrevista en ABC.es que me hace Manuel de la Fuente en el contexto de la iniciativa "Poetas a pie de web", que se iniciara con Luis Alberto de Cuenca y por la que han pasado escritores como Manuel Vilas, David Benedicte, Ernesto Pérez Zúñiga o Ángel Antonio Herrera: http://www.abc.es/cultura/libros/20150307/abci-poetas-marzo-201503061432.html
La entrevista es un desenfadado recorrido por las inquietudes que suscita Cero, desde la siempre aguda perspectiva del periodista y poeta Manuel de la Fuente, que despliega toda su sabiduría/artillería reporteril y cultural en esta serie de semblanzas de libros de poetas actuales. Agradezco a Manuel, por tanto, el trabajo por partida doble: por la sección en sí y por incluirme en ella.
Por otro lado, el trabajo de Manuel de la Fuente, además de estar diseñado con precisión de relojero y audacia de acróbata, no prescinde de ningún detalle, como especificar la autoría de la foto de Lupe. Esta imagen glosa como pocas las circunstancias ovaladas que rodean a mi libro de poemas, así que muchas gracias, amiga.
Espero que disfrutéis leyendo este artículo tanto como yo contestando las preguntas que incluye.
Publicada el 18 Ee diciembre Ee 2014 a las 8:25 |
Transcurridos unos meses desde la salida a la venta del Cero, he tenido la oportunidad de recopilar los hechos más significativos alrededor del volumen AQUÍ. Para los próximos meses se preparan nuevos eventos, comentarios de reseñistas y presentaciones públicas de la obra, pero este receso, antes de las fiestas que se avecinan, me parecía oportuno. Entre otras cosas, porque, por ejemplo, a lo mejor este libro podría ser un buen regalo para alguien muy especial para ti y con gusto por la poesía... De ser así, te recomiendo que hagas uso de alguno de estos enlaces para una cómoda adquisición:
De todos estos hitos, podemos destacar el momento de la PRESENTACIÓN OFICIAL, como pistolezado de salida de una andadura que se prolongará a lo largo de 2015; los RECENSIONES de reseñistas, presentadores y periodistas, con nuevas aportaciones en ciernes para los próximos meses; y la acogida de los lectores que han querido hacer suyo Cero comprándolo, manteniéndose el libro durante muchas semanas entre la LISTA DE MÁS VENDIDOS de la librería Renacimiento, y tuiteando en no pocas ocasiones sus versos e interioridades.
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Agradezco la atención prestada a Cero durante este tiempo y os deseo lo mejor para estos días donde el Cero se significa, sobre todo, por ser el lugar desde el que comenzar a sumar y seguir avanzando hacia todo lo bueno que esperas.
Publicada el 16 Ee noviembre Ee 2014 a las 8:45 |
Acaban de salir en Fili d'Aquilone las traducciones que se hicieron en la Universidad de Bolonia, sede de Forlí, sobre diez poemas de SFO. Toda una aventura que culmina con esta hermosa publicación que agradezco al poeta romano Alessio Brandolini, como director de la revista digital, y a Gloria Bazzocchi por la introducción, tutela y supervisión de los trabajos.
Fili d'aquilone - num. 35, SFO. Foto e poesie della città di San Francisco
www.filidaquilone.it
Il libro nasce da un viaggio a San Francisco realizzato dal fotografo Rodríguez Torrego, in occasione di un convegno scientifico della moglie. Libero da impegni, per cinque giorni ha visitato la città californiana alla ricerca di persone da... SEGUIR LEYENDO.
Publicada el 23 Ee octubre Ee 2014 a las 22:55 |
Publicada el 18 Ee octubre Ee 2014 a las 14:40 |
De esta manera se presenta Félix Molina en Twitter:
"Arte y literatura. Dedicado a la reseña y la producción artística y literaria. Escribo sobre y escribo. Por arte y literatura entiendo, en principio, todo".
Y de esta otra presenta su Blog, Arte y Literatura:
"La superfície de las cosas es a veces su interior. En tanto todo se va aclarando lo mejor es apenas describirlo, para que el tiempo no termine arañándolo. ¿Prefiero quedarme con lo escrito y lo pensado sobre lo que se representa o representarlo? Sigan, como ondas en un estanque, por artificial que sea, estas páginas. O acumúlense, como en el baúl del aire, las miniaturas de lo que somos".
Estas precisas y poéticas descripciones de su actividad y su Blog, respectivamente, nos descubren a un excelente prosista, que a través de su bitácora impulsa y promueve el arte, la literatura y sus maridajes. Vaya pues por delante mi agradecimiento ante quien tan bien ha tratado a Cero.
El original aquí:
http://felixmolinapublica.wordpress.com/2014/10/15/del-cero-al-infinito-la-poesia-total-de-plp/
También aquí transcrito a continuación:
octubre 15, 2014
por Félix Molina
Cero | Pablo Luque Pinilla, 2014
Ahora que vislumbramos la eternidad o el infinito y la ciencia se vuelve, cada vez más, poesía –nanoscopios que inspeccionan más allá de lo microscópico, sondas que perduran por nosotros en el espacio– tendremos que recordar que, antes que cualquier conocimiento, la palabra ya anduvo entretenida en proyectarnos sobre todo.
Digo esto porque acabo de leer, para mi alegría, Cero, el nuevo libro de Pablo Luque Pinilla (editado por Renacimiento), con quien tuve la suerte de abrir Literatura y… en este blog, y su escritura es la constatación de que tenemos en el verbo todo lo que queremos saber, tal y como nos decían aquellos viejos maestros de gramática (preguntémosle al verbo, siempre al verbo…;).
Cero va de orígenes, de la creación entrevista en un magma donde la única certidumbre es –lo aplaudo diariamente– la belleza; trata de la geometría y sus misterios, origen y pregón a la vez de lo bello creado (“Contemplo la estructura de su haz, / el mapa que despliega su lección / de simetría en la isla de St. Patrick, en la piel de Dublín: Baile Átha Cliath” –leemos en "Trébol").
Ocurre que –como le sucedió en su introspección sobre la ciudad de San Francisco, que nos sembró para siempre, muy dentro, una fotografía adicional a las geniales que pululaban por el libro SFO– Pablo Luque se guarda de asignar a la poesía un solo, único, unívoco lenguaje; más bien abomina de dicha representación y se encarga de apacentarnos un buen rebaño de voces donde se unen los registros científicos (como en "Analepsis embrionaria"), filosóficos (la deconstrucción de Derrida, aplicada a un original poema amoroso) o hasta irónicamente ecológicos (“Reciclamos basura, / organizamos el fracaso”, se lee en "Punto limpio"): todo, tamizado por la conciencia de su esencia original y su destino incierto, es susceptible de ser poético, en parte porque a través de la indagación que es este libro de PLP vamos sabiendo que lo más poético de todo es –simplemente- ser, es decir, originarse, crearse (no olvidemos de paso, la etimología donde el poema hunde sus raíces), proclamarse ese cero revisitado desde todos sus cantos –los de su volumen geométrico y los de su música esencial.
Que no se comprometa con un lenguaje poético dado (nunca mejor dicho), determinado, no quiere decir que su expresión no sea un compromiso directo con lo bello, con lo buenamente cantado, ahora –en este 2014– como en los tiempos de un Catulo. Pablo cierra sus textos como siempre se cerró un buen poema: con esas líneas que lejos de lapidarse se golondrinizan, para estar siempre yendo y viniendo a nuestra experiencia de lectores y de personas. “Al final todo obedece al ángulo con que se gire el ojo” en "Perdón" o “la deriva del agua en la inclemencia / de este baño mortal llamado vida”, en "Comida rápida" –entre varias decenas de versos compañeros– cumplen para mí ese eterno y rítmico ritual poético que es acordarse de un verso y, como de paso, agarrarse a él cuando la vida nos zarandea.
Otro prodigioso hallazgo en Pablo Luque es el cuidado detallismo de la edición de su Cero, de la que el autor no se desentiende. Vuelve a incluir –como en el glosario de SFO, con pasión casi anglosajona (por aquí no se estilaba este dispendio)– un conjunto de “Notas Perimetrales”, que interseccionan con los contenidos que ya andaban revoloteando por nuestros resquicios, desde la primera lectura de los textos precedentes. Todo se adoba –por si todo no era ya un todo- con el uso de las imágenes, del que ya teníamos buena muestra (fotográfica) en SFO, pero que en este libro transitan por el venero de la ilustración (la cubierta y diez piezas de Luis Ruiz del Árbol), y son siempre un hermoso trasunto gráfico del texto que acompañan. Es una tendencia que se respiraba en el aire hermosamente viciado (y fresco a la vez, claro) del también originalísimo poeta Pe Cas Cor (Pedro Casariego Córdoba, http://www.pedrocasariego.com/), al que dedicaremos sin dudarlo una reseña o quizá una hoja luminosa en el calendario que viene. O en el Lorca más expresivo y colorista, con dibujos trazados por su propia mano. O en el Apollinaire genitor de esta corriente, al que (como a PLP en "Quiz Show") se le quedan pequeños los estrechos márgenes del verso, y prefiere siempre la irisación del caligrama –por darle un nombre a la explosión, a ese Big Bang de las palabras en torno a lo que se quiere expresar. En el origen, la poesía ya es el trazo –o al revés, nunca se sabrá: todo trazo prefiguraba ya su poesía.
***
Sin ánimo destripador alguno, recojo dos muestras (que se quedan escasas) de lo que puede ser la lectura de Cero, acompañadas por las imágenes que las confrontan en el libro.
"Perdonado pero no olvidado"
P E R D Ó N
Un rombo horizontal,
dos arcos rotos y torcidos,
un pozo de visiones encontradas.
Entregamos un beso cuando nos dirigimos al arrepentimiento
y en su expresión
todo se desenvuelve en una forma.La del gigante que dibuja una guadaña de tristeza
o la del medio óvalo de párpados cerrados.
La del cíclope forjando un rayo para destruir a Crono
o la del trazo suave del destino.
La de la furia púrpura sembrada en el desierto
o la que entiende lo oportuno de desear lo inacabable.Venimos al perdón con un gesto de violencia
o sobre el potro duradero de la misericordia.
Al final todo obedece al ángulo con que se gire el ojo.
"Comida rápida"
C O M I D A R Á P I D A
Cada vez es más fácil la muerte.
Jorge Dot
La agonía en el mar. El mediodía ebrio
flotando entre los ángulos del agua.
La mirada perdida, la escena del dolor.
Incontables las migas de mi cuerpo,
los golpes de los peces, sus desgarros.
Una sombra frenética que embiste
esparciendo mi sangre en la marea.
Pasto soy de los seres que habitan en el fondo,
su hambre tras el delirio de la espuma;
la deriva del agua en la inclemencia
de este baño mortal llamado vida.
También os señalo aquí el sitio más recomendable, para engancharse aún más a su lectura y un clip de video inestimable para introducirnos en el mundo de Cero:
http://www.pabloluquepinilla.com/cerolibro.htm
© Todos los derechos de los poemas e ilustraciones reproducidos son de Pablo Luque Pinilla y Luis Ruiz del Árbol.
http://felixmolinapublica.wordpress.com/2014/10/15/del-cero-al-infinito-la-poesia-total-de-plp/